La perspectiva de desarrollo de nuestros países depende cada vez más de la inversión en la formación de personas capacitadas para innovar, formular preguntas adecuadas y proponer soluciones a los problemas de un sistema complejo y cambiante que hasta ahora ha condenado a la pobreza a porcentajes importantes de la población nacional, ha marginado a otros, ha afectado gravemente el ecosistema y no ha permitido crecer respetando nuestras identidades.

Para pasar de ser países productores de materia prima a productores en la sociedad del conocimiento, en un mundo de mercados abiertos y globales, se requiere de la formación de recursos humanos de nivel superior, en cantidad y calidad, que permitan un mayor desarrollo tecnológico, un mayor valor agregado en nuestras exportaciones y, consecuentemente, el mejoramiento de la calidad de vida de los chilenos.

No es este un problema nuestro, los colegas mexicanos enfatizan, en palabras que compartimos, que “hoy no sólo tenemos que responder a los grandes problemas nacionales para el logro de una sociedad más justa, sino que, además, se nos presentan desafíos inherentes a la integración en un nuevo orden mundial... En este sentido –continúan–, la educación en general y en particular los estudios de postgrado, se vuelven una prioridad nacional”[1].

Si bien la formación de investigadores de alto nivel suele justificarse apelando preferentemente a las exigencias que impone la sociedad de la información al desarrollo tecnológico y económico de los países, es importante destacar que el concepto contemporáneo de desarrollo no se limita a la vertiente de la producción, mejora e incremento de los bienes materiales. La comunidad ibero e indoamericana requiere también de la circulación de bienes culturales producidos por y para Latinoamérica, del mejoramiento y la extensión de servicios públicos como la salud y la educación, y del desarrollo de formas más equitativas y democráticas de participación ciudadana, todo ello garantizando la sustentabilidad ecológica, social y política de los procesos.

En esta perspectiva, el escenario en que hemos entrado demanda que las ciencias, las humanidades, las artes y las tecnologías incrementen sus logros y multipliquen sus cuadros en una estrecha relación no sólo entre ellas sino también con la sociedad en su conjunto.

La Universidad de Chile, por su vocación nacional y pública, ha sido permanentemente pionera en la renovación de los estudios universitarios y, en particular, en la de los postgrados. Si bien en el sistema colonial la Universidad de San Felipe entregaba grados de Doctor, su heredera, la Universidad de Chile, adecuó su reglamentación a las necesidades que el país experimentaba hacia 1842 y, como institución académica no docente, se limitó a entregar sólo los grados de bachiller y licenciado a quienes seguían los estudios propios en el Instituto Nacional u otras instituciones. Recién en 1879, gracias a la visión de Ignacio Domeyko, incorporó la formación de profesionales en sus aulas. Con la reforma de 1931, la Universidad asume la tarea integral de la investigación científica y la formación de postgrado[2]. En 1947, a propuesta del Decano de la Facultad de Filosofía y Educación Profesor Juan Gómez Millas, el Consejo Universitario, en el rectorado de Juvenal Hernández, aprobó la creación del Doctorado en Filosofía con diez menciones, primer programa de estudios doctorales en ciencias desarrollado en nuestra República[3].

El primer graduado de dicho programa fue don Guillermo Kuschel Gerdes, quien obtuvo el grado de Doctor en Filosofía con mención en Biología el 21 de enero de 1953. No deja de ser significativo que esta ceremonia que hoy realizamos se efectúe a cincuenta años de la fecha en que el Dr Kuschel recibió su grado, el primero otorgado por la Universidad de Chile. A este le siguió doña María Angélica Camila Tagle Rainerie, quien alcanzó el grado de Doctor en Filosofía con mención en Química y Farmacia el 30 de diciembre de 1953. El tercer Doctor de la Universidad fue don Ambrosio Rabanales Ortiz, en la mención Filología Romance, el 14 de abril de 1954.

Hasta 1989 se habían graduado en el programa de Doctorado en Filosofía 38 doctores en distintas menciones. A partir de 1974, la Universidad inició la graduación de doctores en otros programas.

Visto desde una perspectiva temporal, el número de graduados y programas se ha venido incrementando sostenidamente en nuestra Casa de Estudios. Si en la década de 1950 se graduaron 6 doctores, en la de 1970, el número aumentó a 4 doctores anuales, y en la de 1990, a 20,7 doctores por año. En los tres primeros años de la actual década, la tasa anual de doctores graduados en nuestra Universidad alcanza los 41,6. Este incremento no es sino la confirmación del permanente liderazgo de la Corporación en la formación de postgrado en el país. De los 340 doctores graduados en universidades chilenas entre 1998 y 2001, el 40% de ellos lo hicieron en la Universidad de Chile.

Al recorrer los nombres de los cerca de 500 doctores graduados en la Universidad de Chile, se puede apreciar que muchos de ellos ocupan lugares destacados como investigadores y docentes de instituciones y centros de investigación tanto en Chile como en otros países.

Consecuentemente con el aumento del número de doctores, la matrícula del doctorado en la Universidad de Chile se ha venido incrementando de forma cada vez más acelerada. En 1998 contábamos con 401 matriculados, el 2000 esta cifra había crecido a 457 y este año registramos 750 estudiantes matriculados en 33 programas, 29 de los cuales se encuentran acreditados ante la Comisión Nacional de Acreditación de Postgrado, conap, constituyendo el 40,85% del total de programas de doctorado acreditados por las universidades chilenas ante ese organismo. Como se desprende de estas cifras, la Universidad de Chile ha estado permanentemente preocupada de evaluar la calidad de sus programas y dar fe pública de la calidad de su oferta académica.

La acreditación ha permitido a los estudiantes de la Casa de Bello participar y ganar becas en conicyt y en otras instituciones mediante concursos abiertos y competitivos. De un total de 1.174 becas de doctorado concedidas por conicyt desde 1988, los estudiantes de la Universidad de Chile han ganado el 44,29 %. De las 109 becas de doctorado entregadas por la Fundación Andes desde 1987 al 2001, el 58, 7% fueron obtenidas por estudiantes de la Universidad de Chile. A estas cifras deben agregarse las 24 becas a estudiantes latinoamericanos en el Doctorado en Química concedidas por el Servicio Alemán de Intercambio Académico (daad) entre 1997 y 2003, y las 75 becas de los proyectos mecesup ganados por diversos programas de doctorado.

No es nuestra intención mencionar exhaustivamente las instituciones que han otorgado becas de doctorado a estudiantes de la Universidad de Chile. Agradecemos a todas ellas, pues cada beca abre un mundo posible para la investigación y la formación de un futuro maestro. Sabemos que los talentos se reparten en todos los sectores sociales y que en la medida en que no logramos financiar a un joven brillante y sin recursos financieros no sólo pierde él, sino también la Universidad, el país, las ciencias, las humanidades y las artes. Las becas constituyen un tema crítico que requiere de una atención cuidadosa y de mayores recursos por parte del Estado y de las empresas, así como de las sociedades con fines filantrópicos.

Ordenadas por disciplinas, se observa una fuerte concentración de las becas concedidas por el Estado en las áreas de Biología y Química. Entre 1988 y 2002, CONICYT entregó a la primera área el 42,91 % de los apoyos, y el 21,21 % a la segunda. El resto de las áreas de conocimiento tienen, cada una de ellas, porcentajes inferiores al 8 %.

El cuadro de becas de doctorado entregadas por la Fundación Andes según área de estudio entre 1987 y 2001 no difiere de las tendencias que marcan las becas CONICYT. Se advierte, aquí también, una clara preferencia por las ciencias básicas, donde biología, física y química concentran más del 68% de los becarios[4].

Estas cifras guardan una cierta coherencia con el número de graduados de Doctor de la Universidad de Chile. Sobre un total de 500 hay aproximadamente 170 doctores en Biología; 85 en Química; 65 en Ciencias de la Ingeniería; 58 en Ciencias Médicas; 50 en Humanidades; 38 en Física y Astronomía y el resto se reparte en otras disciplinas.

Observado el problema de la formación universitaria desde una perspectiva más global, puede afirmarse que Chile experimentó, a partir de la década de 1980, un explosivo aumento de las instituciones de educación superior, que pasaron de 8 en 1980 a 240 el año 2000. De ellas, las universidades aumentaron en el período de 8 a 64. Este fenómeno fue acompañado de un fuerte incremento en la matrícula de pregrado universitario, que subió de 118.978 estudiantes a 302.572, y en el número de docentes del sistema de educación superior, que se elevó de 10.000 a 45.000. Los graduados universitarios en el perído, aumentaron de 17.685 a 33.442[5].

En este contexto de expansión de la educación superior –fenómeno, por otra parte, de alcance mundial-, resulta necesario analizar con cierto detenimiento cuál es la situación de formación de los 45 mil docentes que enseñan en universidades, institutos profesionales y centros de formación técnica del país. En las universidades tradicionales, el año 2002, el 50,31 % de sus docentes tenían estudios de postgrado, en tanto que esta cifra bajaba a sólo el 40,15 % de las derivadas y el 37,65 % de las privadas autónomas. Comparado con Brasil (78%), Chile posee una baja cantidad de docentes con postgrado, por lo que se requiere de un continuado esfuerzo nacional para mejorar el número de investigadores y doctores del país[6]. Se hace necesario aumentar sustancialmente el número de doctores de alto nivel para atender la docencia universitaria nacional.

El interés en invertir en la educación tiene una estrecha relación con las señales que se ofrece a los empleadores respecto a la capacidad y competencias de los candidatos a un empleo. El desempleo según los niveles educacionales es un indicador de la demanda de los distintos grados de destreza. En Chile, la tasa de desempleo disminuye notoriamente a medida que aumenta el nivel educacional. La tasa en aquellos que tienen niveles inferiores a la secundaria es de 12, y baja hasta 2,9 para quenes poseen formación profesional[7].

Del mismo modo, el mayor incremento en la evolución de las remuneraciones reales de los sectores con mayor nivel de destreza es un indicador de la fuerte demanda de los profesionales en el mercado, una demanda en constante crecimiento y diversificación, que nos hace inferir que la necesidad de posgraduados y especialistas se seguirá incrementando.

En cuanto al personal académico dedicado a la investigación, Chile, al igual que el resto de América Latina, tiene cifras bajas en comparación a los países con mayor desarrollo. De los 45 mil docentes, sólo alrededor de 7 mil de ellos son también investigadores, cifra insuficiente con relación a la población del país. De acuerdo con las cifras aportadas por Bruner y Elacqua (2003), Chile poseería 467 investigadores por cada millón de habitantes. Nuestro país debería tener 15 mil investigadores para alcanzar la proporción de Grecia o 22 mil para alcanzar el nivel de Portugal[8].

Es difícil revertir las cifras hasta aquí expuestas sin un incremento del porcentaje invertido en investigación y desarrollo (i&d) y sin una significativa transformación en la relación entre investigación e industria. El porcentaje del pib invertido en ciencia y tecnología es del 0,6% en Chile, 0,9% en Brasil y 0,4% en México. Estas cifras latinoamericanas resultan bajas comparadas con el 2,7% de Corea y Finlandia. A esto se suma que el porcentaje del gasto en i&d realizado por las empresas es proporcionalmente menor en América Latina respecto del que se efectúa en países desarrollados. En Chile, este alcanza al 15% en tanto que el promedio de los países de la oecd es del 69 %[9]. En consonancia con lo anterior, la contribución del sector privado a la actividad de i&d es bajo. Sólo un 18 % proviene de las empresas contra un 71,3 que financia el Gobierno. En Corea, la relación es de 72,5 y 22,9%, respectivamente.

Considerando las cifras señaladas, no resulta sorpresivo el número relativamente bajo de doctores que se forman en Chile. El año 2000, con 88 doctores graduados en universidades chilenas, se alcanzaba a 5,9 doctores por millón de habitantes. Ciertamente, esta cifra se podría corregir con los resultados actuales que apuntan a más del doble de la cifra anotada, pero la cantidad sigue siendo exigua en comparación con los 84,7 de Grecia o los 284,4 de Finlandia.

La productividad académica del personal científico y tecnológico de Chile, medida por el número de patentes por millón de habitantes es también baja: 1 patente por millón de habitantes el año 2000. Sin embargo, medida por el número de artículos científicos por millón de habitantes, el indicador mejora. En 1988, se alcanzaba a los 95 artículos por millón de habitantes, frente a los 60,19 de Argentina y los 22,40 de México; no obstante, esta cantidad es previsiblemente inferior a los 118,18 de Portugal[10]. En este contexto, debe destacarse que la Universidad de Chile aporta con el 36 % del total nacional de los artículos científicos.

Las observaciones realizadas hasta aquí se pueden resumir en los siguientes puntos:

1. En Chile, como en el resto de los países de América Latina, se invierte poco en i&d.

2. En Chile, además, la inversión se realiza fundamentalmente por parte del Estado y las reducidas universidades complejas.

3. La inversión del mundo privado aún es muy baja, incluso en el contexto latinoamericano.

4. Estas cifras apuntan a una relativa desconexión, en el país, entre el mundo empresarial y el mundo científico-tecnológico.

5. La Universidad de Chile ha hecho el mayor aporte a la formación de recursos humanos del más alto nivel y debe potenciar aun más su esfuerzo, no sólo por ser la Universidad líder en este proceso sino, principalmente, porque el país requiere tanto de una ampliación de la oferta doctoral como de un incremento en la cantidad de doctores graduados, a fin de atender la necesidad de construir conocimiento en todos los campos del saber científico, las artes y las humanidades, pues como señaló Andrés Bello en su discurso de instalación de la Universidad de Chile en 1843, todas las verdades se tocan.

6. El Postgrado constituye la estrategia principal para la formación de los profesionales altamente especializados que requieren las industrias, las empresas, la cultura, el arte, la economía, la medicina, la política, las ciencias y las humanidades. Este nivel educativo constituye la base para el desarrollo de la investigación científica, no sólo por la formación de personas en los diversos campos del saber sino porque un número importante de estudios originales se realizan como parte de la formación de estos profesionales.

7. Más allá del debate de dónde se debe invertir en la educación y de qué forma el Estado debe asegurar cierto nivel a toda la población, es importante tener presente que la educación chilena, en todas sus etapas, cumplirá mejor su fin social si la Universidad tiene un nivel más alto en su postgrado. Si deseamos revertir el rezago que nuestro país aún padece, será necesario que el Estado haga una efectiva inversión en educación desde la educación básica hasta el postgrado[11].

Agradezco a la profesora Dra. Irmtrud König, quien propuso la idea inicial de efectuar una ceremonia como ésta, la que fue acogida y ampliada por la Comisión de Postgrado, y con la coordinación de Ximena Azúa llegó a ser un proyecto que ahora se materializa; asimismo expreso mi gratitud a la señora Vicerrectora de Asuntos Académicos, Dra. Cecilia Sepúlveda, quien estimuló esta iniciativa; a don Carlos Cortés, Jefe de Gabinete de Rectoría, por su constante apoyo, y al Sr. Rector, profesor Luis Riveros, quien aprobó el decreto pertinente y entregó el financiamiento.

Concluyo expresando mis mayores parabienes a todos los que hoy reciben el diploma y la medalla doctoral en reconocimiento a tantos años de dedicación y sacrificio. Los felicito, también, por la contribución que sus tesis significan para el conocimiento y por haber finalizado sus estudios en programas exigentes, que, estoy cierto, se pueden comparar positivamente con los de mejor nivel en el ámbito internacional. Estoy seguro de que esta formación que han adquirido les permitirá seguir contribuyendo al desarrollo de las ciencias y las humanidades, con el espíritu ético que caracteriza a los egresados de esta Universidad.

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Se ha considerado oportuno y pertinente incluir este texto del Dr. Hidalgo en la Memoria de la Universidad de Chile, por la útil perspectiva que muestra de los estudios de doctorado en ella a lo largo de medio siglo, en un contexto nacional y en uno internacional, con un planteamiento incentivador de asociar este nivel académico con el progreso y el bienestar del hombre y su medio. Al pasar a formar parte de dicha Memoria, a través de los Anales de la Universidad de Chile, se han suprimido las alusiones de cortesía a las autoridades y la reiteración del reconocimiento a los nuevos doctores.

1

Plan de Desarrollo del Posgrado de la unam 2002-2006. volver

2

Mellafe, Rolando; Antonia Rebolledo y Mario Cárdenas, Historia de la Universidad de Chile, Santiago, Ediciones de la Universidad de Chile, Biblioteca Central, 1992; Serrano, Sol, Universidad y Nación , Chile en el siglo xix, Santiago, Editorial Universitaria,1993. volver

3

La Pontificia Universidad Católica de Chile aprobó en 1935 un Doctorado en Teología, en 1969 en Economía Agraria y en 1972 uno de Ciencias Exactas con menciones en Física, Matemáticas y Química. Todos estos programas están vigentes, y es posible que exista alguno anterior que no posea esa condición. Información personal de la Dra. Claudia Rodríguez. volver

4

Busco, Carolina y Cecilia Dooner, “Estudios de Doctorado en Chile y su Financiamiento”. Documento de Trabajo. Fundación Andes, octubre, 2001. volver

5

Brunner, José Joaquín y Gregory Elacqua, Informe Capital Humano en Chile, página 99, Universidad Adolfo Ibáñez, Escuela de Gobierno, mayo 2003. volver

6

Idem, páginas 98-99. volver

7

Brunner y Elacqua, 2003: 94-95 y cuadro 31. Los datos son para 1998-1999. volver

8

Idem, páginas 99-100. volver

9

Idem, página 102. volver

10

Idem, página 116. volver

11

Consejo Mexicano de Estudio de Posgrado, Plan de Desarrollo del Posgrado Nacional, Serie Documentos Técnicos, 1, págs. 2 y 3. México, octubre de 2003. volver