Mariano Picón Salas apuntaba su preferencia por el campo de la Historia, y ello debido a que, según decía el ensayista merideño, son los problemas del hombre como ser historiante los que por el momento me preocupan más. El adjetivo historiante es singularmente significativo, pues con él Picón Salas recupera un primigenio sentido del participio presente, esto es, del hombre que hace con su vida y sus actos -y también con sus anhelos- la historia sin cesar, la que, asimismo, como actividad indisociable de ese hacer continuo, se narra, se historia. “Hacer la historia” y “narrar historia” estarían en la idea del autor sobre esta disciplina. Pero puede observarse un elemento más en la frase que resulta esencial: el hombre como sujeto que efectúa la acción propia de la historia, su hacer y acaso, en algunas ocasiones, también su narrar. Al parecer, con ello se refiere al mismo hombre común con el que todos nos identificamos en su forma de vida que se expresa en realidad como cultura.

Podemos pensar, así, en una historia vivida y que aún pervive su legado en el quehacer cotidiano, y, al mismo tiempo, en una historia que es bien contada o quizás “conversada” como él también dice, con un arte que interpreta -siguiendo sus variados sentidos de exégesis, traducción y acto artístico o creativo- esa herencia por lo que aún tiene que decirnos e iluminarnos sobre el (re)conocimiento de nuestra propia circunstancia.

Es sobre este aspecto, la historia como interpretación del acontecer histórico para el esclarecimiento y la comprensión de la problemática humana, donde me detendré para exponer algunas consideraciones.

Sin moralismos ni convenientes acomodos, sino como un cuadro viviente que incluye aciertos, hallazgos, miserias y pasiones, que elevan o extravían al hombre en un movimiento que no puede ser encasillado ni reducido a esquema, pero sí apreciado y comprendido en la rica diversidad humana, la historia que se narra debe recuperar una forma, una forma imprescindible del conocimiento del hombre acerca de sí mismo, como nos dice Simón Schama glosando a R.G. Collingwood.

Sabemos que el sabor del pretérito no se agota en la narración de hazañas o de hechos históricos, pues se extiende aún más en la inquietud y problemática del hacer del hombre en su “morada vital”, siguiendo la expresión de Américo Castro, y que también Picón Salas analiza. Al parecer, apreciar el sabor de lo histórico, poder discernir en torno a una vividura -un característico modo de vivir de cada comunidad que se resuelve en la particular expresión del hacer y aún del escoger no hacer, también del desear y del rechazar, como indica Américo Castro-, recupera para la mirada del presente una percepción de lo humano que siempre nos atañe. Más que la descarnada enumeración y concatenación de hechos y resultados finales o la generalización a partir de un esquema preestablecido, se trata de aprender a gustar toda esa complejidad para la comprensión, “para descubrir lo que el hombre es”, según palabras de Schama.

Pero esa educación en el apreciar y distinguir esos sabores reveladores de la condición humana es quizás preferida por una captación exclusiva del hecho tangible como único saldo registrable y de importancia; el “culto de los hechos”, como observa Picón Salas, y el “pudor ante las ideas cuando no se apoyan en colmada masa de datos que aún determina -como tardía herencia positivista- ciertos aspectos de la enseñanza norteamericana”, sustituyen la visión más decantada que desea acercarse con tiento al pasado para intentar la comprensión.

La búsqueda del conocimiento del pasado sólo como un apetito placentero o como sola acumulación documental, no parece ser suficiente cuando leemos junto a conocimiento la palabra necesidad, lo que implica el inevitable diálogo con nuestra circunstancia presente. Mariano Picón Salas, que como sabemos está muy lejos del espíritu pragmático que tiñe de utilitarismo toda actividad humana, subraya precisamente esa función de la disciplina en la permanente atención de nuestra conciencia histórica:

Que la historia nos sirva más; que concurra con sus datos a aclararnos problemas en interrogantes de cada día; que no sea tan sólo tema de discurso heroico sino la propia vida y el repertorio de formas de la comunidad, es cuestión que ya nos planteamos*.

Tal vez por ello la definición que esboza Henri-Irénné Marrou en su filosofía crítica de la historia sea la más acorde con esta perspectiva que desea dilucidar “los problemas del hombre como ser historiante”, pues en ella, coincidiendo con lo planteado por Picón Salas, se vincula el conocimiento específico de la disciplina con la aspiración de comprender la inagotable y también desconcertante realidad humana. Siguiendo a Marrou podemos ver la historia como el “conocimiento del pasado del hombre”, esto es, aquello que desde el presente podemos aprehender y comprender, en una forma válida y auténtica, sobre lo que conforma el pasado de eso que entendemos por ser humano, aquella vida de los hombres de antaño que incluye sus acciones, obras, valores, emociones y pensamientos “tal como fueron”. El mismo Marrou expone en todo un capítulo de su libro Del conocimiento histórico, la singular “utilidad” que significaría en forma de conocimiento y que él denomina una de las funciones esenciales de la historia: reactualizar, recuperar los valores del pasado en beneficio de la cultura viva de hoy.

Seleccioné voluntariamente una denominación vaga, “valor cultural”, para abarcar, de la manera más general posible, todo lo auténtico, bello y real que podemos conocer y comprender en el dominio de la vida humana, desde los más elementales actos de la civilización: un instrumento o una herramienta, una obra de arte, un concepto, un sentimiento hasta las síntesis más abarcadoras, los supersistemas ideológicos que caracterizaron a la organización de las grandes civilizaciones en torno a un ideal colectivo.(...) La historia no puede asumir, ni en la cultura ni en la vida humana, la función de principio de acción. Su verdadera función, infinitamente más humilde pero real y valiosa, consiste en proporcionar a la conciencia del hombre que siente, piensa y actúa, abundante material para ejercer su juicio y su voluntad. La historia es fecunda.

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Véase Simón A. Consalvi, Profecías de las palabras. Vida y obra de Mariano Picón Salas, Caracas, Tierra de Gracia Eds. , 1996: 266.